Mientras recorrían aguas británicas, el almirante Rozhéstvenski recibió un despacho advirtiéndole que se habían visto torpederos japoneses por la zona. Aquello puso en alerta a los oficiales y nerviosa a la inexperta tropa, hasta el punto de que uno de los barcos que cerraba la formación creyó verlos y disparó ¡300 proyectiles! antes de detener el ataque. Afortunadamente, la pésima puntería de los rusos hizo que no alcanzaran a ninguno de los supuestos buques japoneses: un pesquero alemán, un mercante sueco y una goleta francesa.
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