La misión fue concienzudamente preparada, los objetivos eran precisos, los efectivos habían sido entrenados y, en su condición de noruegos expatriados que regresaban a su país para sabotear a los nazis, su predisposición no podía ser mejor. Los doce hombres desembarcaron de incógnito en la costa ártica escandinava tras travesía desde las islas Sheetland en un barco pesquero pero, pese a tan minuciosa preparación, un día después el plan había sido desbaratado y todos los soldados estaban muertos. Todos menos uno. Su nombre era Jan Baalsrud.
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