Estamos acostumbrados a una Iglesia que aplica el puño de hierro a los débiles para afianzar estructuras de poder con las que se siente confortable y en las que mantiene privilegios absolutamente ilegítimos. Sin embargo hay ocasiones en las que personas concretas de la Iglesia entiende su papel como una parte más de la sociedad civil, se ponen a su servicio y se vuelcan en generar una concordia donde todos percibimos nudos imposibles de destascar.
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