Sí, cabrón, eso voy a hacer. Y te vas a cagar. Por ofrecerme este puesto a cambio de sexo. Por sugerirme que si cenábamos juntos y era buena contigo ascendería yo a ese puesto que quedó vacante con la jubilación del jefe de Pamplona.
Ahora vamos a hacer todo lo que quieras, y hasta parecerá que lo disfruto. Ahora viajaremos juntos, y buscaremos un hueco para afinar el proyecto de las baterías de las que hablamos, y hasta puede que consigamos vendérselo a loa coreanos, porque lo uno no quita lo otro y a los dos nos sobra talento para que el trabajo final sea acojonante. Y te haré también de vez en cuando esa cosita que tanto te gusta, si aceptas que lo oral sea recíproco.
Pero en veinticinco años acabaré contigo. Cuando me jubile. Cuando mis hijos sean mayores y tengan ya un buen puesto en la empresa. Cuando se hayan jubilado también todos esas compañeras que no se han querido acostar contigo y todos esos compañeros que no tenían tetas.
Porque el ascenso lo acepto, y el bonus, y el coche de empresa, pero no pienses que acepto también la humillación. Eso no: pienso recordarlo todo, paso a paso, guardarlo todo con mimo y hasta conservar los recibos de las cenas juntos, los hoteles juntos y los viajes juntos. Lo voy a conservar todo y en veinticinco años llegará tu hora.
Entonces, cuando creas que has vencido, llegará la hora de resarcir la dignidad de las mujeres, la mía y la de mis compañeras que fueron rechazadas por no ser complacientes con un cacho de cerdo como tú. Ojalá pudiera hacerlo ahora, pero ahora me perdería el puesto, el coche, el bonus y la carrera profesional. Ahora no. Pero en veinticinco años ya veremos quién ríe el último.
Va por vosotras, compañeras. Cuento con vuestro apoyo.