A principios de los setenta Kurosawa parecía condenado al retiro. Como le sucedía a Alfred Hitchcock o a Billy Wilder por aquella misma época, la industria parecía haber perdido el interés en su trabajo. Su declive profesional le llevó incluso a un intento de suicidio. Cuando su futuro en el cine parecía finiquitado, llegó un providencial rescate desde el lugar más insospechado: la Unión Soviética.
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