En su primer año en un programa de intercambio estudiantil, el colombiano Carlos Villarreal, de 18 años, no vivió con una familia que lo recibió con los brazos abiertos, sino con ex convictos, en una casa sórdida que olía a excrementos de perro y en la que la comida decía "No tocar". Cuando se fue, había perdido más de seis kilos (14 libras).
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