[...]¿Os acordáis bien de la emoción de abrir una carta que, realmente, deseabas? Ver, antes que nada, si era larga o corta, elegir el momento de leerla y releerla, buscar entre las letras -que reconocías en el sobre, anticipando la ilusión- el adjetivo que habías imaginado, el sentimiento que intuías o pretendías… Después, volver a guardarla en su sobre y recrear lo leído. En alguna ocasión, aguantaba sin abrirlas hasta la hora de la siesta para estar sola, y así me daba la impresión de estar más cerca de “mi escritor” -del momento-[...]
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