El agua brotaba libre del manantial que coronaba la montaña. Pasaba por una enorme piscina de dos millones de litros y se desparramaba canalizada por una exuberante red de cisternas, decantadores y fuentes. Diez terrazas y 300 metros de caída con juegos acuáticos, en un paisaje natural antropizado de 20 hectáreas. ¿Para qué necesitaban los romanos del siglo I antes de Cristo tal oda al agua en un complejo hidráulico enclavado en plena serranía gaditana?
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