Imaginemos la escena: una familia apenas despierta un domingo en la mañana cuando un resplandor artificial ilumina con mayor intensidad el interior de la habitación. En milésimas de segundo, un temblor termina resquebrajando los cristales de las ventanas. Los dueños de casa, continúan con el desayuno como si todo fuera “extrañamente normal”. La historia podría resultar irreal en el presente y hasta inconcebible en la mayoría de nosotros. Pero no lo era a mediados del siglo XX en la remota población de Semipalatinsk, al noreste de Kazajistán...
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