Tengo buena pinta, no soy mal parecido, soy medianamente culto y, por mi trabajo, acostumbrado a las relaciones sociales, sé manejarme bien con las personas. Pero aquel día todo el mundo me sonreía, asentían cuando hablaba y, al segundo, me dejaban solo. Los hombres eran algo más amables, pero ellas me ignoraban totalmente. Me sentí como un negro en una reunión de racistas”. La experiencia de Carlos, un varón de cuarenta años, en una fiesta privada en un domicilio de clase media alta madrileño es un clásico en el mundo del estatus...
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