Cuando Franco, Mola y compañía iniciaron el golpe de Estado, el clero, por su vocación derechista, pasó a ser visto como una especie de cómplice inequívoco de la sublevación. Por regla general, los monjes y sacerdotes fueron fusilados siguiendo el procedimiento habitual utilizado con otras víctimas de las esferas política y social, pero de algunos relatos se desprenden prácticas especialmente brutales, como la sufrida por el religioso Especioso Perucho Granero, detenido en Campo de Criptana y cuyo cuerpo fue hallado con la ropa quemada.
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