Siempre cuando se piensa en escritores se los imagina como ratas de biblioteca, sentados frente a una mesa desolada e iluminada lo justo para que la vista no se esfuerce en demasía. Sin embargo, esto debería formar parte únicamente de un imaginario social alejado de lo real. Este estereotipo comienza a desmoronarse en muchos casos con sólo empezar a hurgar.
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