Hasta tiempos muy recientes se ha entendido que domar un animal consiste en quebrar su voluntad. Anular su albedrío de tal modo que la bestia se torne indiferente a sus propios intereses y apetencias, que pasan a ser los de su amo. Para lograr ese objetivo no cabe otro camino que el uso de la fuerza bruta, en varias modalidades. El castigo es la base, ya sea mediante el apaleamiento, el hambre, la reclusión o la tortura. Pero con eso no basta. Hay también que hacer ver al sometido que su libertad no existe; que es su amo quien decide.
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