Ya es un hecho: Hungría ha dejado de ser una democracia. El presidente János Áder acaba de firmar los decretos de aplicación de las nuevas reformas constitucionales que borran del mapa los restos de oposición antigubernamental. Más concretamente, el Tribunal Constitucional ya no puede dar su opinión sobre el contenido de las leyes ni remitirse a su propia jurisprudencia, lo cual conduce a la pérdida de prácticamente cualquier capacidad de control sobre el Parlamento y el Ejecutivo.
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