Este efecto lo inventó Adelbert Ames en 1946 y por eso lleva su nombre. Lo más curioso es que al dibujar los rectángulos en perspectiva como trapecios –y a pesar de que sabemos perfectamente que no son rectangulares– el cerebro nos engaña poderosamente, incluso haciendo cambiar de sentido el giro del bolígrafo que se cuelga.
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