No es en silencio como un imperio muere. Como un vetusto gigante rehusándose a abandonar el trono, las grandes construcciones políticas de la humanidad, en el ocaso de su hegemonía, gastan su último aliento tratando de impedir lo inevitable: su derrocamiento. Tucídides lo estipuló como si de una trampa se tratara: ningún Estado cede el puesto de privilegio en el teatro mundial sin luchar una guerra. Un grito final en una batalla perdida, las patadas del ahogado antes del aliento final.
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