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Sin falta

A muchos nos educaron para no ser nacionalistas. Nos educaron, se supone, para amarnos más a nosotros mismos que a la tierra sobre la cual crecimos. Para respetar a quien tuviésemos al lado independientemente de lo lejos que hubiese nacido de nuestra casa. Casa llena de libros. Casa llena de sonido de periódico los domingos por la mañana mezclado con el crujir de las tostadas, y sobremesas políticas desde tan pronto que la línea que separa nuestra infancia de nuestro puño en alto en una manifestación o queda muy atrás o ni siquiera se ve clara

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