Hubo un tiempo en que Madrid no era solo capital, era el centro de un imperio en el que nunca se ponía el sol y en cuya corte se reunía lo más granado del panorama artístico europeo. Estamos hablando, claro está, del Madrid de Felipe II, cuyo epicentro se encontraba en el monasterio de San Lorenzo de El Escorial, una de las mayores joyas arquitectónicas de España y que este año cumple 450 años de la colocación de la primera piedra.
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