Mientras se acerca el 29-S, os voy a contar una historia de cuando niño. Mi hámster no conoció el hambre ni el frío, y jamás temió por su vida, que fue particularmente larga. Murió en una jaula relativamente mayor que aquella donde nació, disfrutando de épocas de limpieza y dedicación, alternadas con etapas de ponzoña y dejadez. Programado en su instinto, el hámster sólo pensaba en correr y huir hacia un lugar mejor, fuera de esa prisión en la que apenas cabía su libertad.
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