Según el gran John Cleese, de los Monty Python, lo woke es la muerte de la creatividad.
Es de suponer entonces que ya no se hace buen humor, pues los humoristas están tan constreñidos y ya todo debe ser tan blanco y neutro, que la comedia, simplemente, ha muerto.
Suponemos que este señor no debe conocer Parks and Recreations, Schitt's Creek o Fleabag, por citar simplemente tres series aclamadas por crítica y público bastante recientes.
Supongo también que son sencillamente excepciones o que no son tan buenas o que ya no son humor del bueno, como el que se hacía antes. Es superficial, vacío, sin ese macarronismo de antaño.
Tampoco debe conocer ningún humorista similar a nuestro patrio Arévalo, que sigue haciendo el humor de tiempo ha, de gira prácticamente todos los años y llenando allí a donde va. La cultura de la cancelación debe ir despacito en este caso (o en el de El Hormiguero dicho sea de paso).
Pero claro, esto también son excepciones. Humoristas o programas que tienen su nicho y que no van más allá. Ya no es algo generalizado, que debe ser lo que tanto molesta: no poder poner una comedia cualquiera y poder soltar una buena risotada con un chiste de los de verdad, de los que hacían sorna a costa de alguien.
Recuerdo como si fuera ayer estar viendo una película del gran Leslie Nielsen siendo un preadolescente en el salón de mi casa junto a mis padres. No recuerdo exactamente cual de sus sagas más conocidas se trataba ni de si era una primera, segunda o tercera parte. Lo que si recuerdo con claridad es que mi padre se empezó a reír y yo no entendía muy bien donde estaba el chiste. En pantalla, Leslie vomitaba por doquier porque la chica despampanante con la que que se iba a acostar resultaba que tenía pene, mostrado a través de una cómica sombra a través de unas cortinas. Yo le preguntaba a mi padre por qué vomitaba, no entendiendo nada.
Le di muchas vueltas al asunto en días posteriores, porque algo se había removido en mi interior ante aquella escena. No era un simple chiste que no entendía, había algo más, pero no conseguía discernir de qué se trataba.
Hoy, casi treinta años después, sigo recordando la situación, lo incómodo que me sentí y como aquello se quedó grabado en mí hasta hoy.
¿De verdad es necesario volver a aquello? Os lo pregunto desde el corazón.
¿De verdad?