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Hay un espectáculo al que resulta especialmente violento asistir cuando se presencia de manera involuntaria. Ver arrastrarse y humillarse a voceros y plumas adulantes que intentan salvar a su regio del oprobio y la deshonra produce sonrojo y cierto grado de conmiseración. La corte anda estos días revuelta mandando a sus vasallos a proteger a la corona, una representación pornográfica que lacera la dignidad ajena y hace más daño al bien que aspira a proteger por lo grotesca. Dejen de lengüetear, hay que amputar. No saben hacer otra cosa, pero de
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