Érase una vez un país encogido por el miedo y el látigo de un visionario, convencido de su misión de salvador de un pueblo descreído, descentrado, analfabeto y resentido. Durante cuarenta años puso su bota de hierro sobre las conciencias y los pensamientos, sin permitir a nadie salirse de la fila. La muerte, el dolor y el hambre hicieron causa común y se alojaron en todas las casas para evitar cualquier conato de rebelión.
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