Yo lo miraba con los ojos y la boca abierta hasta que conseguí las mil doscientas pesetas que nos separaban. Semana a semana fui acumulando el dinero en una taza de la alacena de casa. Acumulaba cien pesetas a la semana, lo que suponía tres meses aproximadamente para conseguirlo; pero al observar mi comportamiento mi madre hizo surgir de algún lugar una moneda de quinientas pesetas y la espera se acortó. Al mes y medio ya tenía mi Casio.
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