El pitido de los silbatos inundó a las 7:30 de la mañana las trincheras donde se agazapaban las tropas británicas. Era la señal de ataque. En el horizonte, en las líneas alemanas, una inmensa nube de polvo y humo se alzaba como resultado del incesante bombardeo —un millón y medio de obuses— que se había prolongado durante una semana. Pero cuando los soldados de la Commonwealth saltaron a campo abierto, las ametralladoras alemanas, intactas a la detonación de las bombas, empezaron a escupir ráfagas de proyectiles
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