A unos metros del infierno de gases lacrimógenos y piedras, los muros también han perdido el miedo. Las tapias de El Cairo rompieron a hablar hace un año. Y desde entonces han aplicado un riguroso y continuo ajuste de cuentas, fiel al vértigo de doce meses que nacieron con declaraciones de amor hacia los militares y arrojan ahora toda su furia sobre una autoridad castrense incapaz de pilotar un camino sin sobresaltos.
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