Tener un hijo caprichoso supone una verdadera odisea para los padres. Si no se accede a sus constantes peticiones «montará un numerito» que acabará en rabieta. Lo peor del caso es que, por tranquilidad de los padres y por no pasar un mal trago delante de personas en el portal de casa, el supermercado o la sala de espera del dentista, suelen ceder ante los gritos y pataletas del pequeño antes de que vayan a más y todo el mundo les mire.
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