Viernes, ocho de la noche. En el interior de un edificio en el corazón de Santiago, Chile, el olor a tabaco e incienso impregna el ambiente, mientras tenues luces rojas iluminan el pasillo que conduce a una pequeña habitación. Allí, una quincena de hermanos del Templo de Satán se congrega alrededor de una mesa adornada con velas negras, calaveras y pentagramas para escuchar atentamente los versos recitados por su sacerdote en latín, hebreo y otras lenguas antiguas.
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