El otro día entraba en una cafetería donde he sido testigo de un hombre crecido sobre un minúsculo ordenador portátil. Él meneaba cauteloso, inciertos movimientos como un tipo gordo apretando su camino en un viejo par de pantalones. Sus manos, demasiado grandes para el teclado, le hacían parecer un poco estúpido. Su cara, casi erótica en la proximidad de la pequeña pantalla, bizqueó para ver más claramente o reprimir la fatiga visual. (traducción automática)
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