Desde hace demasiado tiempo la respuesta a las principales reivindicaciones feministas es la de ‘no es el momento’. Este latiguillo se ha ido convirtiendo en algo habitual en la práctica política, en la económica y en la acción social. A través del ‘uso y costumbre’ se ha ido predeterminando esta percepción de que siempre hay algo más importante o más urgente que acometer y que si sabemos ser pacientes alcanzaremos el futuro prometido.
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