El peculiar castellano de algunos clientes no impide a mi panadera, una joven ecuatoriana, dar curso a los pedidos. Recuerdo, sin embargo, una ocasión singular. Una mujer de apariencia eslava se acercó al mostrador y, antes de que pudiera pronunciar palabra, recibió este saludo: “A usted no la atiendo, que es una maleducada”. “¿Yo?”, se sorprendió la clienta, confirmando su procedencia con el acento. “Es que siempre me quiere mandar y me trata como a su criada”, explicó la dependienta.
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