La parturienta no tiene nombre. Alguna vez lo tendría, pero su mala suerte dispuso que muriera atropellada por un carro cuando pasaba por delante del Real Colegio de Cirugía de San Carlos, en el Madrid del siglo XVIII. Nadie reclamó aquel cuerpo hinchado por una criatura a punto de nacer. Menudo regalo para los cirujanos que se formaban en el colegio, tan escasos de cadáveres con los que aprender anatomía... Hoy es la escultura más impactante entre las que atesora la Facultad de Medicina de la Complutense
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