La mejor defensa que Urdangarin, la infanta, el secretario y el propio rey pueden alegar está contenida en los propios emails: la transparencia con que se escribían unos a otros, la naturalidad con la que se comunicaban, sin esconder nada. “¿Cómo íbamos a hacer algo malo, si lo dejábamos todo por escrito, firmábamos con nuestros nombres y lo enviábamos con un vulgar email?” Es lo más asombroso del asunto: no hablan en clave, no usan seudónimos, no esconden nada.
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