Cuando tras unas elecciones los partidos enfrentados salen públicamente a decir, sonrientes, que han ganado, que los resultados son magníficos, sólo cabe una cierta sensación de perplejidad. Eso mismo ha pasado ahora con la sentencia del Tribunal Supremo que niega la objeción de conciencia a Educación para la Ciudadanía y, al igual que con las elecciones, la conclusión lógica es que alguna de las partes está haciendo, como mínimo, una lectura demasiado optimista.
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