Aprenden a leer a los 2 años, tocan Bach a los 4, el cálculo es pan comido cuando llegan a los 6 y hablan varios idiomas con fluidez al cumplir 8. La envidia hace temblar a sus compañeros de la escuela y sus padres se regocijan porque creen que han ganado la lotería. Pero, parafraseando a T. S. Eliot, sus carreras no suelen terminar de golpe, sino entre lamentos.
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