Desde el Siglo XIII, después de una epidemia que se expandió por toda Europa, artistas, clérigos y filósofos se dieron cuenta de que la muerte reclamaba una personalidad propia, un cuerpo y un carácter que nos recordara la debilidad humana ante la naturaleza. El arte mortuorio nos ha enseñado que, ante el miedo de no saber qué viene después de la muerte, hemos aprendido a quererla y respetarla para que, de haber otra vida después de ésta, nos sea mucho más agradable que en la que nos encontramos ahora. La muerte nos acecha con su fría sonrisa.
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