Durante 12 largos años Ficker se convirtió en la pesadilla de los equipos que visitaban el USAir Arena, el antiguo estadio de los Washington Bullets. Sus legendarias discusiones con Phil Jackson o Michael Jordan hicieron que la liga profesional de baloncesto estadounidense impidiese a los aficionados que se sientan detrás de los banquillos dirigirse a los jugadores. Su habilidad para sacar de quicio los contrarios era tal que durante un partido el personal de seguridad tuvo que saltar a la cancha para evitar que el entrenador rival le agrediese
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