Los sanguinarios entran a la plaza y se disponen a ocupar sus asientos para contemplar la pena de muerte impuesta al toro por el simple hecho de ser eso, un toro. Una pena de muerte que lleva implícita una inexpugnable humillación que alimenta el sentimiento de fracaso que carcome a los taurómacos. Y es que la violencia es un anacronismo más propio de tiempos pretéritos que exime de avivar la conciencia con el eterno placer que produce contemplar el bienestar ajeno.
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