El 11 de septiembre del pasado año sufrí mi primer ataque de pánico. En su momento no tuve claro qué me estaba pasando. Ahora sí. Pero empecemos por el principio. Era un día normal. No me encontraba peor que otros días. Es más, era uno de los mejores momentos de ese año, todo estaba tan bien como podía estar. Sin embargo, esa mañana, mientras trabajaba, me tomé un café –el segundo de la mañana– como muchos otros días. Al terminar la taza comencé a sentir mareo, dificultades para respirar, opresión en el pecho, taquicardia, sudoración...
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