La muerte estaba por todas partes. Los cadáveres de animales cubrían el paisaje y se hundían en la charca local mientras la ceniza arrasaba todo a su paso. Para algunos, la muerte fue rápida; para otros, lenta y dolorosa. Esta fue la escena tras una erupción supervolcánica en Idaho, a unos 1.600 kilómetros de distancia. Fue una erupción tan potente que arrasó el propio volcán, dejando un cráter de 80 kilómetros de ancho y arrojando nubes de ceniza que el viento transportó a grandes distancias, matando a casi todo lo que la inhalaba.
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