Sentí el remezón y la cama rebotaba sobre el piso, como si estuviera poseída por el mismísimo demonio. Ahora quedaba claro que no era una colisión de trasnoche, sino que era la tierra que rugia con inusitada furia, como suele ensañarse cada cierto tiempo en nuestro país. Comienza a escucharse el griterío de los vecinos, de uno mismo pidiendo calma de la forma menos calmada posible.
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