Lo más peligroso de la "normalización de la tortura" en la vida pública es que se trata de una herramienta no sólo para degradar los estándares éticos, sino también para atacar otros valores sociales y democráticos. En este sentido, nosotros somos su objeto y sus últimas víctimas. Como en la fórmula de McLuhan, la tortura no lleva ningún mensaje; por sí misma se convirtió en uno, para causar cambios en nosotros mismos. Se lo ve claramente en el contexto de la crisis.
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