Tuve un profesor que conocía a un diputado. El diputado le confesó que su trabajo era un poco ridículo. Tenía que ir al congreso los días que tenía marcados en la agenda. Su trabajo consistía en ir allí y votar lo que el partido le decía que votara. Y aunque se supone que el diputado tiene voto él no tenía ni voz ni voto. Se limitaba a hacer lo que su partido le ordenaba. Tenía que ir allí, sentarse y darle al botón. No hacía nada más. Eso sí, su trabajo estaba remunerado con la insignificante cifra de tres mil euros al mes, casi nada.
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