Adolf Hitler vigilaba férreamente el culto a su personalidad, hasta el extremo de que apenas hay fotografías de su vida privada (que trascendieron mayormente tras la guerra con el saqueo de colecciones privadas) y no permitía que se grabara su voz. Dado que, según los testimonios de la época, su liderazgo se basaba sobre todo no en lo que decía sino en cómo lo decía, esta precaución parece bastante razonable...
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