Oneida y Mariela, sentadas en un escalón de la morgue central de Caracas, no esperan justicia, solamente lloran. A su hermano Harrison lo mataron el viernes a las ocho y media, bajo el puntual aguacero de todas las tardes, a dos cuadras de su casa, no se sabe por orden de quién ni para qué, porque ni siquiera le quitaron lo que llevaba encima.
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