Enrique estaba encantado con su nuevo trabajo. Un buen sueldo, horarios flexibles y nada de oficina. Su cometido era recorrer bares, discotecas y conciertos para que nadie se saltara el «tarifazo». Pero, a las pocas semanas, comenzó a descubrir los quebrantos de su labor diaria: las tarifas abusivas, la hostilidad de los clientes, la presión de sus jefes para que recaudara más, más, más... Por eso, recibió como una bendición la carta de despido que aterrizó en su buzón meses después: "Prefería mil veces estar en el paro que seguir con ellos".
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