El profesor entra en el aula y el revoloteo se va apaciguando, deja unos libros y papeles sobre la mesa y rebusca en uno de sus bolsillos hasta encontrar un pequeño monedero. Deja una moneda sobre la mesa y se vuelve hacia la pizarra para escribir “libertad” con letras exageradamente grandes.
-Libertad, señores. No es un proclama política, es el tema del día, entre otros, como verán, relacionados.
Tal vez sea la palabra más manoseada, toqueteada, manipulada y trillada de nuestro lenguaje. Quizás con la excepción de "amor". Entenderán entonces qué clase de cóctel explosivo es eso del "amor libre". Pero empecemos por el principio, o mejor desde antes del principio.
¿Cómo se hace eso? Pues vamos a ver que nos va a suceder como con Descartes, si entendemos la libertad como la cualidad de ser libre, entendemos que la libertad es un ejercicio, aquí el sustantivo esconde un verbo, que por cierto no existe. Porque liberar o liberarse implica un cambio de condición, no es el ejercicio de la libertad en sí mismo. Parece que es algo que damos tan por supuesto como el aire y veremos que no está tan claro.
Y la libertad como condición de ser libre requiere un sujeto al que referirse, como todo verbo, como todo adjetivo. No es una mesa, no es una silla. Es una condición, una característica. Deberemos entonces ira a antes del principio y ver a qué señala, qué implica. Y lo que implica es un yo. Que en los días buenos pienso que es lo mismo que un tú y que un él, los días malos nos acordaremos de Hume.
El pretendido yo es el pretendido depositario de la pretendida libertad. (Escribe “yo” a un lado, más pequeño). Pues bien, me temo que voy a tener que darles un disgusto, porque seguramente nada de eso funciona como ustedes piensan. (Se elevan algunos pequeños murmullos)
En nuestra experiencia de cada día tenemos muy claro quienes somos. Yo soy yo. ¿Recuerdan nuestra fórmula del primer día? (escribe debajo “1=1”) Pero es cierto que eso no nos dice gran cosa, como definición no nos va a ser muy útil. Yo soy yo, mientras sea (escribe 0=0 más abajo aún).
Y al parecer todos venimos de aquí (da unos golpes con la tiza bajo uno de los ceros). ¿O a caso tienen ustedes algún recuerdo de antes de ser...? Iba a decir eyaculados, pero tal vez no sea apropiado por varios motivos… Por lo general no tenemos recuerdos del inicio de nuestra existencia, ni como fetos, ni amamantados por nuestras madres, cosa que supongo que podemos agradecer a la sabia naturaleza.
Qué le vamos a hacer, somos mamíferos, nadie es perfecto. Supongo que ya les han explicado la versión 2.0 del polen y las abejas. Un óvulo y un espermatozoide y nueve meses de gestación, en el caso más común. De ahí venimos todos, de ahí viene cada yo. Eso lo sabemos todos.
Lo interesante es el paso de aquí a aquí (señala el cero y el uno alternativamente) que sería aproximadamente esto. (escribe debajo de las anteriores 0=1) ¡Anatema! Dirán ustedes. Y ya dicen bien, ya… (escribe un interrogante al final de la ecuación).
En realidad es justo al revés, ¿no? (escribe más abajo aún 1=0 y se oyen algunas risas) Bien, sea como fuere… la cuestión es que el “yo” es un producto de elementos más simples, como no puede ser de otra manera. Y si nos atenemos al principio de causalidad, y aquí al señor Hume le tendremos que dar de comer aparte, y aceptamos que los eventos suceden por una razón, ya sea conocida o desconocida, accesible o inaccesible… deberemos concluir que todo lo que sucede es inevitable y lo que no sucede, imposible. (Se hace un breve silencio) Ustedes también. (Señala con la tiza al aula dibujando un arco horizontal).
Azar. Aleatoriedad. ¡Suerte! O mala suerte, vaya usted a saber. Todo ello son malas interpretaciones de la realidad que nos envuelve y nos conforma. Sinónimos de ignorancia. Porque cuando alguien afirma que un evento sucede por azar, o que es aleatorio, está declarando abiertamente que desconoce sus causas precedentes. O peor aún, afirmando que no existen. O que causas y efectos no tienen necesariamente una conexión, como afirmaba el caballero al que hemos puesto a comer en una esquina.
Pero cuidado, no es que las tesis del señor Hume carezcan de interés. Pero si algún día tenemos que recurrir a ellas será en la más absoluta desesperación del raciocinio, habiendo descartado otras que se muestran francamente más probables y que han generado el desarrollo científico y tecnológico que nos permite desplazarnos en patinete. Que no es mucho, pero en ello estamos.
Entonces, causalidad. Determinismo, si ustedes quieren. Fatalismo es otra cosa más ligada a la superstición, no me lo vayan a confundir. Y si de unas causas A se van a derivar imperativamente unos efectos B, dadas las leyes que rigen los comportamientos de las… vamos a decir sustancias, que emanan precisamente de las propiedades de dichas sustancias… la realidad que observamos es la única solución posible a todas las causas precedentes que la han determinado.
El destino está escrito, dicen algunos. En cierta manera, pero me temo que todavía lo estamos escribiendo. Tengan fe en el presente, no tenemos más. Pero no sólo nosotros, nuestro “yo” (lo señala en la pizarra) somos un resultado inevitable de la cadena causal, y es que cada decisión y cada acción que realizamos está sometida a esa misma ley.
Así que llegados a este punto podemos concluir que nuestro amado “yo”, nuestra conciencia, no es más que un fenómeno emergente de complejidad creciente pero que jamás escapa a la ley fundamental. Es, seguro que a estas alturas ya lo adivinan, de nuevo, una ilusión. Así que no, sepan ustedes que no existen. (Se gira y tapa el “yo” de la pizarra). Por lo menos tal como se acostumbran a concebir.
La conciencia es antes un testigo de los acontecimientos, y ahí entran nuestras acciones, antes que un centro de decisión. En el sentido de que nuestras acciones son en realidad reacciones que responden necesariamente a unas causas, advertidas o no. Causas también internas pero al final externas, por eso decía Ortega que “uno es uno y su circunstancia”. Se olvidó de advertirnos que, a su vez, uno es parte de las circunstancias del resto y por lo tanto, si nos elevamos por encima del “yo”, podremos observar que tan sólo somos circunstancias.
Somos circunstancias que sólo difieren de una nube pasajera en el grado de complejidad del fenómeno pero que están igual de indisolublemente ligadas a las leyes y principios que nos conforman. Causalidad.
Luego, verán que el yo se ha aligerado bastante. De hecho se ha quedado en poco más que nada (señala las dos ecuaciones de debajo). Sucede que nos gusta pensarnos como sujetos de decisión y no como los sujetos de reacción que en realidad somos. Si es que somos sujetos, el yo queda sujeto con alfileres, se diría.
Así que si lo que hacemos en realidad es reaccionar, algo aquí no está del todo bien, vamos a darle unos retoques. (Se acerca ala pizarra y borra la i de libertad. Luego la b y la t y las sustituye respectivamente por una a, una v y una d. Ahora se lee “laverdad”) Ya, ya sé que les he chafado la guitarra, que ustedes creían que existían y al final es que no, pero oigan, no me dirán que ha dolido.
¿O acaso no es maravilloso entrar en un ascensor con un gran espejo y sentir esa amplitud mientras están encerrados en realidad en una caja de zapatos? Lo mejor es que la sensación de amplitud, es real. Pero ustedes saben que están en una puñetera caja de zapatos, si lo piensan un poco.
Así que la verdad es que la libertad, así en letras enormes, no tiene sentido. Si lo queremos ver como la facultad de llevar a cabo nuestros deseos tendríamos que disponer primero de la facultad de desear. Y claro que deseamos, claro que el ascensor parece enorme. Enfrenten dos espejos y descubrirán ustedes el infinito. O al menos su ilusión.
Piénsenlo un poco, ustedes no deciden ser quien son. No escogen de partida ni su genética ni su contexto y su desarrollo va a ser una continua dialéctica entre ambos. Pero se pasarán la vida defendiendo esa ilusión del “yo”. Irónicamente que no haya sujeto depositario de libertad alguna es de alguna forma bastante liberador.
No se confundan, la responsabilidad de sus acciones se la van a exigir igual. Van a sentir deseos e inclinaciones, van a experimentar el infinito entre los espejos. Sentirán dolor, tristeza, pasión y alegría. Pero no conviene olvidar que en última instancia nada de eso es real, no por lo menos de la forma que acostumbran a interpretarlo. Ya, ya, bueno, dirán, pero ¿dónde nos lleva todo esto?
Pues miren, antes de pretender ser libres tendrían ustedes primero que ser y como ven bajo nuestra concepción actual está cuanto menos difícil. Y si quieren cumplir sus deseos deberían tener ustedes la facultad de desear. Y por mucho que crean que desean obtener este título, o a su compañera de al lado, o que se acabe esta clase, lo cierto es que no pueden. (Toda la clase está en silencio)
Pero bueno, reaccionar sí que pueden, ¿eh? Y eso es lo que entendemos por todas esas cualidades ilusorias. Pero miren, para terminar y que no se sientan tan abatidos he traído una amiga que les hará compañía.(Coge la moneda de encima de la mesa y la muestra al anfiteatro).
De hecho les voy a brindar el único consuelo que se puede obtener y es el de saber que alguien está igual o peor que uno… Ya saben aquello de “mal de muchos... “ consuelo de tantos, ¿no? Bueno, pues consuelo al fin y al cabo. A ver si se han creído que son ustedes los únicos que tienen un destino y carecen en realidad de libertad alguna.
¡Oh, cuántas posibilidades! Sí, ilusorias todas ellas. La realidad es una. Y trina, por cierto, miren los tres ejes del espacio. La posibilidad que se consuma es una y en realidad no hay más posibilidad, que ustedes no lo sepan es solamente problema… lo adivinan, de ustedes, por supuesto. Olvídense de multiversos y majaderías semejantes.
Pero no son sólo ustedes los que están atados a un destino que ignoran, esta vulgar moneda, a pesar de tener seguramente más cara que cruz, también tiene un destino. Por lo menos en términos ideales. Vamos a tener que hacer algunas pequeñas trampas pero sólo con ánimo de simplificar, sin modificar las claves del razonamiento y para poder “esclarecer” ese destino con mayor precisión.
Supongamos que esta moneda fuera un poco más especial de lo que es, que fuera una moneda euclidiana con sólo dos dimensiones en este mundo nuestro tridimensional y por lo tanto jamás pudiera caer de canto. Si la lanzo al aire saldrá cara o cruz, y como es una moneda ideal y perfecta, aunque no encontrarán ninguna así en la realidad, podemos decir que tendrá las mismas posibilidades de caer de un lado que del otro. Tenemos por lo tanto, y ahora sí pueden quejarse conmigo, ¡anatema! una máquina de aleatoriedad. Si es que tal oxímoron pudiera tener sentido.
Si tienen la cortesía de aceptarme la errónea premisa y seguimos lanzando la moneda, por las características teóricas que hemos definido, encontraremos que la serie de resultados debería aproximarse al 50% con más precisión a medida que la serie se alarga, y podría ser potencialmente infinita. Fíjense la cantidad de tonterías que estamos diciendo hoy, pero el que no se consuela es porque no quiere.
Pero hete aquí que tenemos un problema, porque si nuestra estimación estadística nos indica que la serie de lanzamientos ha de converger en un 50% perfecto allí en el infinito donde se encuentran las paralelas, que sería su teórico destino, no podemos tener un 50% de posibilidades exacto en cada lanzamiento individual, en el momento que tengamos un resultado la serie debería presentar una tendencia a corregirse para alcanzar su destino de equilibrio.
Este es más o menos el conflicto que se conoce como falacia del jugador, y como ven lo de “falacia” no es gratuito. Todo el planteamiento es más falaz que una vaca esférica. La única solución es madurar y comprender que no hay nada ideal.
De hecho ya es bastante cuestionable la premisa de que pueda caer con la misma probabilidad de un lado que del otro. ¿Cómo sabría entonces la pobre moneda de qué lado caer? Me temo que la estaríamos poniendo en un brete.
Si realmente alguien pudiera hacer una moneda con tales propiedades y la lanzara al aire no podría caer porque no tendría la capacidad de definir su estado, se crearía una singularidad que arrastraría consigo a todo el universo y ustedes y yo dejaríamos de existir. Sí, más aún. O menos, según se mire.
Y aunque la maldita moneda sacara de vaya usted a saber donde la capacidad de definirse una y otra vez en cada lanzamiento hasta el infinito a pesar de su infinitamente perfecta simetría, las posibilidades de cada tirada individual y de la serie seguirían sin encajar. Sucede que para hallar esa desviación deberíamos dividir entre infinito y así a ojo daría un cantidad pequeña. Tan escasa como el sentido común que acompaña a este tipo de planteamientos. Así que ya saben por qué las monedas caen de vez en cuando de canto, para mantener a salvo el universo.
¿Recuerdan lo que hemos dicho de las posibilidades? Que no existen. ¿Y del azar? Sinónimo de ignorancia. Pero la máquina de aleatoriedad, oigan, eso ya es insuperable. Lo podríamos llamar paradoja del jugador, aunque en la cartas se descuentan las probabilidades de los naipes que ya han salido, o sea que ni para eso nos vale.
Y digo paradoja porque al final es lo que sucede cuando se parte de premisas erróneas, que las cosas no cuadran, no encajan. Y es natural que nada encaje de forma lógica con una premisa defectuosa. Así que mejor seamos realistas, ¿quieren que les confiese el destino real de esta moneda? Ser intercambiada por un café en la cafetería. O al menos su destino más inmediato, inminente, se diría.
Pruébenlo si quieren, lancen monedas al aire, hagan máquinas de aleatoriedad, como ya saben son ustedes bien libres de hacer lo que les venga en gana, ¿no? Pero lo cierto es que no hay eventos que tengan un 50% de posibilidades de suceder, esa es la defectuosa e infantil interpretación que hacemos, el hecho es que los eventos suceden. Con una probabilidad del 100%. O de 1, siendo más razonables. Lo demás son teorizaciones más falsas que una moneda euclidiana. Y dicho esto, me voy a la cafetería, les dejo que decidan libremente si la clase ha concluido o no, pero me temo que los asuntos del amor, libre o no, tendremos que dejarlos para otro día.
Mientras el profesor abandona el aula quedan en la pizarra las anotaciones de la charla: “yo” “laverdad” y unas ¿ecuaciones? tan absurdamente elementales como contradictorias. Se generan murmullos y comentarios entre los asistentes: -¿Entonces 0 es igual a 1 o no? -No, no, es 1 lo que es igual a 0. -Pues espérate a que lleguemos al 2...