En los últimos tiempos se han puesto de moda algunas tesis que sostienen que la realidad que habitamos podría ser alguna clase de simulación.
El método científico se basa en la existencia de una serie de leyes y principios que se cumplen inexorablemente. Y sin duda en algún nivel deben existir esas leyes, pero tal vez exista algo intermedio que no estemos en principio en posición de descartar.
Similar a la idea de átomo de la Grecia clásica, si existe ese elemento último e indivisible desde luego no es lo que hoy se conoce por átomo. Sería algo parecido a los ataques “man in the middle” en informática. Sin duda al final hay un servidor que entrega en principio la información solicitada, pero por el camino, ya sea de ida, de vuelta o ambos podría ser manipulada. Modificando o no el intercambio al antojo del interventor, de forma completamente transparente para el usuario final.
Sería un escenario parecido al del realismo mágico, todo transcurre con normalidad costumbrista hasta que en un cierto momento y lugar, algo sucede. Algo que en principio no debería haber sucedido. O quizás sea pensamiento mágico pensar en un diablo que altera las leyes de dios bajo las que se haya el hombre a su puro arbitrio y conveniencia.
Seguramente, desde un pensamiento rigurosamente científico, sea más sencillo pensar en la incapacidad para explicar cierto fenómenos, al modo de Occam y su navaja. Pero lo cierto es que las tesis de la simulación abren la puerta a tal tipo de lecturas.
Parece claro que al final debe haber una ley absoluta bajo la que todos nos hallamos, pero lo cierto es que desde dentro no sería posible la demostración de hallarse en una burbuja.
Dentro de la propia lógica, Gödel demostró precisamente que no todas las verdades son demostrables. Y no por ello son menos verdad. Todos sabemos, o deberíamos saber, que el método científico tiene limitaciones intrínsecas. Que el registro fósil está por definición sesgado.
Igual que está sesgada cualquier encuesta: nunca contemplan la opinión de aquellos que no participan en encuestas. Incluso Kant planteó los límites del ejercicio de la razón.
Llegados a cierto punto, hay poco en lo que asirse para escrutar la realidad. Y es en ese punto donde podría decirse que termina la ciencia y empieza la fe. O la filosofía. Uno escoge en que creer. O suspende el juicio y no cree nada. O relfexiona sobre ello. Tal vez, después de todo, no tenga nada de inocente el realismo mágico.
Tan inocente como la forma de un teseracto o hipercubo, cuya cuarta “dimensión” nada tiene que ver con las tres anteriores sino que aplica sobre las tres, una suerte de fractal, de muñeca rusa. Y, ¿de cuántas?