Todos saben que el tráfico de drogas en China está penado con mucha severidad. Sin embargo no tantos se preguntan por qué, a lo sumo se suele asociar con alguna vaga noción de autoritarismo.
Las explicaciones suelen estar en la historia, por la manía que tienen las causas de anteceder a los efectos. Así, si uno comprende lo que sucedió en lo que se conoce como guerras del opio, entiende que las drogas fueron usadas como arma de guerra.
Y cuando hablamos de armas, ya no hablamos de una cuestión de autoritarismo o tolerancia, hablamos de una cuestión de defensa. Y ahí todas las naciones son inflexibles.
Pero las cosas se ven muy distintas en el presente. Veamos el caso de Rusia hoy y su relación con los movimientos LGTBI y diversas ONG. Algunos sabrán que en su mayoría, si no en su totalidad, han sido expulsadas del país. Podemos hablar largo y tendido sobre la sensibilidad o falta de ella en la cultura rusa hacia determinadas causas, pero nos estaríamos equivocando al situar el foco del debate.
Porque cuando estas organizaciones son utilizadas como caballo de Troya para la consecución de unos fines muy distintos a los declarados y bastante menos loables, la discusión ya no es ideológica, pasa a ser, de nuevo, una cuestión de defensa.
Y lo peor es que se genera un rechazo adicional, a modo de reacción, en las sociedades que se ven sometidas a dichas prácticas. Luego, en realidad flaco favor se hace a tales causas, pero es que en realidad el objetivo primario no fueron las causas si no que sirvieron de instrumento a intereses económicos.
Sin embargo desde la izquierda se cae una y otra vez en la misma trampa. Y digo izquierda por decir algo, porque no hay en realidad izquierda económica en las coordenadas del mapa político de occidente. La discusión va a ser entre apretar o soltar someramente la correa que aprisiona a los trabajadores. Nada más se halla bajo cuestión.
Tenemos eso sí plenitud de causas tan minoritarias que, aunque loables, por su dimensión rozan lo ridículo. Es como discutir una coma en un texto plagado de asesinatos a la ortografía. Luego, centrarse exclusivamente en esa coma, resulta tremendamente sospechoso.
Porque la realidad es que cuando hablamos de derechos de los trabajadores hablamos también de los derechos de los trabajadores gays, de los trabajadores inmigrantes y por supuesto de las trabajadoras. Si hablamos de transexualidad, por legítima y loable que sea la discusión, y lo ponemos en el foco del debate de forma alarmantemente sostenida, nos estamos centrando en el 0,0…%?
Ya no es sólo que sea un suicidio estratégico a nivel de afrontar unas elecciones, es que es la prostitución efectiva, cuando no traición descarada a la propia base electoral. Sin embargo podemos ver a gente sin techo a diario pero parece que la defensa de sus intereses no entra en la agenda.
Ésa es la pseudoizquierda que interesa al capital financiero, ése son el tipo de causas que no sólo no dañan sus intereses si no que los refuerzan y además dejan su hegemonía del todo ausente del foco del debate.
A nivel internacional sucede muy parecido. Nos venden la idea de falta de libertades, cierta en algunos aspectos, y desde luego en ningún caso sin causa. Pero si recordamos al denostado Marx la premisa básica de la libertad procede de las condiciones materiales. ¿De verdad es muy útil la libertad sexual sin acceso a un lugar donde poder ejercerla?
Porque aún sin libertad sexual, si uno dispone de un espacio privado, difícil será que ésta pueda verse cuestionada. Las condiciones materiales van primero y no sólo por ser la causa más transversal en la base electoral a la que pretende apelar la izquierda, si no por las puras consecuencias prácticas.
Lo que os venden es un envoltorio vacío. Algunos habéis comprado un spot publicitario de un producto que ni siquiera existe. Y aún peor, lo defendéis a capa y espada. Y es natural, desde la educación hasta los medios, pasando por el ámbito empresarial y político, todos os dan la razón. Y ésa es una buena razón para replantearse si uno está tal vez equivocado.
Pero es mucho peor, llega al punto de que tales argumentos pretenden elevarse al casus belli, como justificación de la agresión incluso militar a otras naciones que no comulgan con ese discurso vacío.
Y así es como el capital financiero mueve a sus peones, a ser sacrificados en el momento que interese, en pos de las consecución de sus objetivos más allá de sus fronteras.
Hasta el punto de que va a ser esa pseudoizquierda la que vuelva a implantar el servicio militar obligatorio en Europa. No sabéis lo woke que os vais a ver con el uniforme.
Inmersos en guerras por libertades que la mayoría en realidad ni siquiera van a poder disfrutar más que como promesas vacías. Eso sí: grandes desfiles y mucha fanfarria, mucha apariencia, muchas luces y mucho color para tapar un realidad más oscura que gris. Pura propaganda.
Si no hay cuestionamiento de los intereses del capital financiero, no hay izquierda.
¿O no sorprende acaso que uno de los promotores económicos de tal izquierda desde ese capital financiero como es el señor Soros, sea un recalcitrante anticomunista? Tanto como culaquier extrema derecha, luego, sin cuestionamiento de la lógica económica, sólo queda para debatir lo irrelevante.
Porque si nos pasamos el día discutiendo si una persona nacida hombre y autopercibida mujer puede competir es las disciplinas femeninas del deporte en lugar de afrontar la problemática de gente que duerme en la calle hoy, mañana y al día siguiente, estamos haciendo el GILIPOLLAS, así con mayúsculas. Ése es el tipo de debates naif que le interesan a la pseudoizquierda.
La lucha de clases hoy en día no es ni siquiera entre empresarios y trabajadores, es entre economía financiera y economía productiva. Y ganará la segunda. Lo otro es un juego de trileros para incautos.
Lo que sostiene el corazón de ese capitalismo financiero, el dólar, no se defiende con entelequias económicas, se defiende con una lógica tan de la economía productiva como lo es una flota.
Y para cuando en las élites occidentales quieran darse cuenta de la tremenda fragilidad de su posición, ya será un hecho que las guerras de verdad no se pueden ganar sólo con propaganda y dinero inventado.