'Andrés' tiene 12 años y durante cinco meses confundió sus latidos con el palpitar de la fusca recién detonada, todavía caliente por el sopor de la muerte. Más de 150 días viviendo con sicarios, los matones a sueldo de los grupos del narcotráfico mexicanos entrenados para una sola actividad, el asesinato, que ejecutan a la perfección, como si se tratara de un sexto sentido, un instinto inherente.
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