Al llegar a la colonia penal IK-1 de la localidad rusa de Yaroslavl, Ruslán Vajapov debía haber recibido un colchón nuevo, almohada y ropa de cama. Pero lo que le esperaba en la litera del barracón de dos habitaciones que compartía con otros 130 reclusos eran las pertenencias heredadas de otro interno que ya había cumplido su condena. “Y nada más. Camas llenas de chinches, cuatro baños y cuatro lavabos para más de un centenar de hombres, nada de agua caliente. Y trabajo”, rememora Vajapov, de 39 años.
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